miércoles, 19 de agosto de 2015

EL ÚLTIMO DÍA - Laura Olivera & Köller



Había una ventana pequeña, en lo alto: se estiró tanto como pudo y, en puntas de pie, alcanzó a ver un pedazo de cielo pálido, apenas anaranjado: sabía que aquel era su último amanecer. Ensimismado y triste, con un llanto apretado en la garganta, Silverio contempló el débil reflejo del sol en las nubes; el aire tibio de la mañana le llenó el pecho de nostalgia. Se sentó en la cama y esperó, pensativo.


La llave traqueteó en la cerradura con la puntualidad de siempre y Armando entró con un sigilo particular: le entregó el jarrito y salió rápido, como si se escondiera. Se veían todos los días, como todo preso a su carcelero, y habían llegado a ser amigos.
Se tomó el té intentando saborear cada gotita; focalizó en cada respiración y observó la celda contemplando hasta el más mínimo detalle. Sin embargo, no pudo evitar que el recuerdo de aquella fatídica noche le atrapara la mente: los gemidos de Ruth, aquel monstruo roñoso que se balanceaba sobre ella, el estallido seco seguido del calor de la explosión en su mano derecha y la mancha de sangre sobre la pared. Si al menos la vida le diera una chance para redimirse, pensó mientras se secaba las lágrimas.
Armando lo miró contemplativo desde la puerta de la celda, como si pudiese leerle el pensamiento.
—Ya sé lo que estás pensando —dijo con voz firme—, que merecías otra oportunidad. Sin embargo, a veces… —Silverio alzó la mano para que hiciera silencio.
—Yo no la maté —interrumpió.

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